Libia
Del levantamiento popular a la intervención imperialista
10/04/2011
A tres semanas de iniciada la operación “Odisea al amanecer”, la solución rápida que barajaban los gobiernos imperialistas de que el régimen de Kadafi podía caer en cuestión de días por los bombardeos “quirúrgicos” no se ha materializado. A pesar de que la OTAN anunció en una conferencia de prensa en Bruselas que ya ha destruido el 30% de la capacidad militar de Kadafi, las fuerzas opositoras, dirigidas por ex funcionarios del régimen con una estrategia reaccionaria de triunfar apoyándose en la acción militar del imperialismo, no han sido capaces de avanzar sobre el terreno. Descartado por ahora el compromiso de tropas terrestres y los ataques aéreos masivos, por temor a que los “daños colaterales”, es decir, el incremento de bajas civiles puedan volverse en contra de la intervención, la situación militar y política parece haber entrado en un impasse. El régimen kadafista, aunque debilitado primero por el levantamiento popular de febrero y luego por el ataque imperialista, evitó hasta el momento una desbandada de las fuerzas de seguridad y las milicias especiales que le garantizan una superioridad militar frente a los “rebeldes”. De esta manera conserva el control en el oeste del país y le disputa a la oposición ciudades estratégicas como Misrata y Brega. Y en el frente diplomático está intentando negociar una eventual salida de Kadafi en mejores condiciones, que va desde mantener una mayor continuidad en un futuro gobierno hasta garantizar inmunidad internacional para Kadafi y miembros de su círculo íntimo. Expresión de esta política fue el viaje de un enviado del gobierno libio a Grecia y Turquía, dos países que si bien apoyan la intervención de la OTAN, pueden buscar protagonismo, sobre todo en el caso de Turquía, como mediadores en una posible salida política.
La coalición de potencias imperialistas apoyadas por la Liga Árabe que lleva adelante la intervención militar, no ha resuelto las contradicciones que se expresaron en las semanas previas a la votación de la resolución de la ONU que le dio luz verde a la intervención. Los objetivos políticos siguen sin estar claros y no se pusieron de acuerdo en la conferencia realizada en Londres el 29 de marzo sobre armar a los “rebeldes” libios para que actúen oficialmente como “infantería” de los bombardeos aéreos, aunque en los hechos la dirección opositora ya está actuando de esa manera. A pesar de la oposición inicial de Francia, Estados Unidos, apoyándose en Gran Bretaña, impuso su política de transferir el mando de la operación a la OTAN, lo que se hizo efectivo el 31 de marzo y comenzó a disminuir su compromiso militar, retirando sus aviones de combate de los bombardeos diarios, aunque la dirección militar y política sigue en manos de Estados Unidos.
En este panorama, la estrategia imperialista parecer ser encontrar una salida política para evitar el escenario sombrío de una guerra civil prolongada. La variante de máxima a la que apuestan Hillary Clinton, el jefe del Pentágono, Robert Gates y el canciller británico, entre otros, es que el régimen de Kadafi implosione por la defección de altos funcionarios y que esto abra la posibilidad de negociar con la oposición y sectores provenientes del régimen kadafista un nuevo gobierno de unidad nacional. Esta política se hizo evidente con la difundida deserción del ex ministro de relaciones exteriores libio Moussa Koussa, que huyó a Gran Bretaña, a la que le siguió el ex representante ante Naciones Unidas, aunque aún no está claro el verdadero impacto que han tenido estas deserciones en el gobierno de Kadafi.
Entre los escenarios posibles no se puede descartar una división del país con el establecimiento de una suerte de protectorado en el este, que concentra gran parte de la riqueza petrolera. Según el diario Washington Post, “para Estados Unidos y otras potencias occidentales, el esfuerzo de los rebeldes de construir los rudimentos de una nación en la región oriental de Libia refleja la realidad del impasse militar en el que la OTAN podría verse atrapada durante meses o incluso más tiempo” (6-4-11).
Intereses imperialistas
Los gobiernos imperialistas están mostrando que la cobertura humanitaria es una gran hipocresía con la que pretenden ocultar sus verdaderos objetivos de instalar un régimen títere al servicio de sus intereses.
En los últimos días, delegaciones de las principales potencias han viajado a Bengazi a reunirse con los representantes de la oposición libia y negociar su participación en los futuros negocios. El 4 de abril, el gobierno de Berlusconi, que hasta hace sólo semanas era el principal socio de Kadafi, se transformó en el tercer país en reconocer al Consejo Nacional de Transición libio, después de Francia y Qatar. Con este reconocimiento político busca garantizarse la continuidad del flujo de petróleo del que Italia depende en gran medida, como muestran los contactos asiduos que viene manteniendo el máximo ejecutivo de la empresa ENI con los “rebeldes” de Bengazi que están intentando restablecer la exportación de petróleo a través del puerto de Tobruk, con Qatar actuando como intermediario, y beneficiarse del saqueo del principal recurso natural del país.
Por su parte, el gobierno de Obama también envió a Chris Stevens, un ex funcionario de la embajada estadounidense en Trípoli, para establecer contacto con la dirección del CNTL. Pero el imperialismo norteamericano es más cauto y espera que los oficiales de la CIA que operan en Libia desde hace semanas, del Departamento de Estado y otros funcionarios le den certeza de que quienes se postulan para suceder a Kadafi son confiables para sus intereses, antes de darle reconocimiento político u otro tipo de asistencia. Además quiere saber si quienes se arrogan la representación de los “rebeldes” tienen algún tipo de apoyo en la población, ya que gran parte de estas figuras o bien estuvieron con Kadafi hasta hace sólo semanas, o se trata de exiliados que aunque son pro occidentales (e incluso colaboradores de la CIA como el actual comandante de las fuerzas rebeldes, el general K. Hifter) han estado fuera del país durante varios años y carecen de base social propia. Con la experiencia de las ocupaciones de Irak y Afganistán (donde ahora las tropas de ocupación están enfrentando un odio renovado de la población local luego de que un pastor norteamericano quemara ejemplares del Corán), el temor de Estados Unidos es que un gobierno títere similar al de Karzai, sea percibido como agente directo de occidente y aliente la acción de islamistas radicales o encienda el sentimiento antiimperialista. El CNTL quiere garantizarse no solo apoyo político y militar de las potencias occidentales sino también quedarse con los ingresos por las exportaciones de petróleo y disponer de los fondos millonarios del gobierno libio congelados en bancos de Estados Unidos y Europa, inmovilizados por las sanciones económicas de las Naciones Unidas.
La intervención imperialista abrió una nueva etapa en el proceso libio
Como parte del proceso que abarca el Norte de África y el mundo árabe, el levantamiento popular contra el régimen de Kadafi fue motorizado por las pobres condiciones de vida de gran parte de la población (según algunas estadísticas el desempleo juvenil llegaría al 25%) y el odio a la dictadura de Kadafi que beneficia a su círculo íntimo y sus aliados políticos con el reparto de la jugosa renta petrolera. A diferencia de los procesos en Egipto o Túnez que fueron en gran medida procesos pacíficos en los que el ejército se negó a reprimir y le quitó el apoyo a los dictadores, en Libia el movimiento se transformó en un levantamiento armado que tuvo su punto más alto en la insurrección de Bengazi que dividió a las fuerzas de seguridad y tomó el control de la ciudad, lo que fue seguido por levantamientos principalmente en el este del país, donde se concentra la riqueza petrolera. Incluso las movilizaciones llegaron a los barrios populares de Trípoli, aunque fueron aplastadas por la represión.
A pesar de la descomposición estatal, la resistencia del régimen kadafista que conservó la lealtad de fuerzas especiales y una base política en las tribus afines al clan Kadafi en el oeste y el sur del país, llevó a un proceso de guerra civil entre las fuerzas pro-Kadafi y el bando rebelde, del que participaban desde ex funcionarios de la dictadura, sectores medios, abogados y burgueses opositores hasta una amplia base popular, principalmente de jóvenes, que constituyeron milicias irregulares. Una gran debilidad del levantamiento libio, es que el grueso de la clase obrera, concentrada en las empresas petroleras está compuesta en gran medida por inmigrantes africanos (de los 6,5 millones de habitantes, hay alrededor de 2 millones de inmigrantes que provienen de los países más pobres de África) que fueron perseguidos por la dirección “rebelde” acusándolos de ser mercenarios al servicio de Kadafi, alentando el racismo. Esto explica, en parte, por qué a pesar de ser uno de los sectores más oprimidos, no sólo no participaron del levantamiento sino que trataron de huir de manera desesperada, muchos muriendo en el intento. Además, la dictadura kadafista prohíbe no solo la organización política, sino incluso la organización sindical, lo que dificultó aún más la intervención obrera. Esta es una diferencia importante con el proceso de Egipto o Túnez, donde la clase obrera fue un actor de peso en la caída de Ben Ali y Mubarak, aunque sin lograr superar la hegemonía de las clases medias.
La otra gran debilidad es el carácter de la dirección agrupada en el Consejo Nacional de Transición libio, hegemonizada por funcionarios y militares que defeccionaron del régimen de Kadafi, con una estrategia reaccionaria de reemplazar a Kadafi para ser ellos quienes garanticen los negocios de las grandes corporaciones. Por esto, en lugar de apelar a la solidaridad de las masas árabes que se vienen levantando contra sus gobiernos reaccionarios, solicitaron la intervención de las potencias imperialistas que vieron la oportunidad de montarse y expropiar este proceso transformándolo en su contrario, aprovechando una de las debilidades del proceso árabe de conjunto, que a pesar de haber enfrentado regímenes dictatoriales pro imperialistas, no levantaron entre sus banderas la lucha contra el imperialismo y contra su gendarme, el Estado de Israel.
Mientras Kadafi persigue sus objetivos contrarrevolucionarios de aplastar el levantamiento, la dirección de la oposición actúa en común con la OTAN, que está bombardeando el país, y busca ganar el apoyo de los gobiernos de las grandes potencias así como de las monarquías y regímenes reaccionarios del mundo árabe para continuar con el sometimiento del pueblo libio. Como ya hemos discutido en otras notas contra quienes contribuyen con argumentos de “izquierda” a sostener esta política contrarrevolucionaria (ver LVO 420), la intervención no tiene nada que ver con cuestiones “humanitarias” y menos aún con conquistar la “democracia”, sino con garantizar que surja un régimen más pro imperialista que el del propio Kadafi en Libia y relegitimarse poniéndose del lado de los “rebeldes” para poder intervenir de manera más decidida y poner un límite a la “primavera árabe”. Así mientras Estados Unidos bombardea Libia, sostiene a la monarquía de Bahrein y avala la intervención saudita en este pequeño reino para aplastar el levantamiento popular y en Yemen aún no se decide si mantener su apoyo a Saleh o jugarse por alguna variante pro norteamericana de la oposición. La clave de la política revolucionaria ante la situación en Libia es levantar un programa independiente para luchar contra el imperialismo y la dictadura de Kadafi, apelando a la solidaridad de las masas árabes, que abra el camino para luchar por un gobierno obrero y popular.
7 de abril de 2011