Asumió el nuevo gobierno en Brasil
En las nuevas condiciones, el ciclo lulista no continuará con Dilma
06/01/2011
El año 2011 comenzó en Brasil con la asunción de su nueva presidenta Dilma Roussef sucesora de Lula, quien se retira con el 87% de popularidad. Publicamos a continuación un análisis de nuestra organización hermana en Brasil, la Liga Estrategia Revolucionaria – Cuarta Internacional (LER-QI), sobre las características del crecimiento económico de los últimos años y la difícil discusión que se avecina en torno a la devaluación del real que deberá enfrentar la nueva presidenta.
A pesar de los indicadores más recientes que aún muestran los “buenos vientos” de la economía en Brasil, como los históricamente bajos índices de desempleo, algunas de las principales contradicciones que el nuevo gobierno de Dilma tendrá que enfrentar se encuentra justamente en el ámbito económico como se expresa en los recientes debates entre economistas y políticos en los principales medios de comunicación. Más temprano que tarde, esas contradicciones tienden a ponerse a tono con fuerza, quitando la máscara del discurso de un país “independiente, con desarrollo sustentable e inclusión social”, que estaría en vías de transformarse en una “potencia”, y mostrando la verdadera cara del Brasil, un país dependiente, subordinado al imperialismo y a los grandes monopolios, basado en la generalización del trabajo precario y la naturalización de la pobreza.
Los impactos de la crisis económica mundial en Brasil
El dólar se ha desvalorizado en todo el mundo. Eso se ha dado porque, para intentar combatir las tendencias recesivas de su economía, el Banco Central de los EUA ha emitido dólares y más dólares para intentar reactivar el crédito en su país, y con eso reactivar el consumo y las inversiones. Sin embargo, en octubre, esa política del gobierno norteamericano dio un nuevo salto. Obama anunció un paquete de 600.000 millones de dólares que serán inyectados en la economía. Ahora, la finalidad no es sólo activar el crédito en su economía. Se agrega el objetivo de desvalorizar el dólar para que las mercaderías norteamericanas sean más competitivas en el mercado mundial.
Mientras tanto, existe un factor adicional que hace al escenario todavía más complicado. No todos los países permiten que sus monedas locales se desvaloricen. Algunos gobiernos intervienen en su mercado local, comprando dólares, retirándolos del mercado para impedir que sus monedas se valoricen en relación al dólar. Con esto, buscan mantener la competitividad de sus propios productos en el mercado internacional.
Después del nuevo paquete anunciado por Obama, Japón ya intervino en su propia moneda para desvalorizarla, y con eso, “defender” su economía frente a la política norteamericana. Pero esa no es una excepción. Otros países, que también se ven perjudicados, ya amenazan hacer lo mismo. El riesgo que se plantea entonces, es el de que cada país busque su propia “salida exportadora” de la crisis, desvalorizando sus propias monedas contra los otros, como se puede imaginar, si varios países desvalorizan sus propias monedas, entonces las desvalorizaciones iniciales quedan anuladas y los objetivos iniciales que se buscaban se ven frustrados, además de que surgen nuevas contradicciones como presiones inflacionarias, que no abordaremos aquí. Este es el elemento más dinámico de lo que ha sido llamado de “tercera fase de la crisis mundial” [1]. Es lo que ha sido denominado “guerra cambiaria” o “desvalorizaciones competitivas”. El elemento distintivo –y muy importante– de esta nueva fase de la crisis en relación a las otras es que la anterior coordinación que había entre los principales países para responder a las contradicciones que planteaba la crisis mundial, parecen quedar atrás y dar lugar a un espíritu de “sálvese quien pueda”.
La excesiva valorización del real y el déficit en transacciones comerciales como expresión de la dependencia frente al capital imperialista
Volviendo a Brasil, ¿cómo queda el real en este escenario mundial? Para responder a esta pregunta, es importante entender por qué Brasil es el país del mundo en que la moneda local más se valorizó en relación al dólar. Veamos, entonces, más en detalles, cómo se da ese mecanismo de dependencia en relación al capital imperialista:
1) El motor inicial (2003/2004) del crecimiento económico que Brasil ha visto en los últimos años fue una combinación entre:
a) La excepcional demanda, por parte de China principalmente, de commodities (productos primarios y semiindustrializados) delante de la cual Brasil se forjó como un especial productor en mineral de hierro, productos agropecuarios, etc.
b) Una abundancia de capitales internacionales en busca de nichos para obtener ganancias fáciles y rápidas.
Esos dos factores internacionales, al generar abundancia de crédito y alentar las demás ramas de la actividad económica, dieron el impulso inicial que posibilitó el crecimiento del mercado interno, el cual posteriormente pasó a cumplir el papel preponderante en el dinamismo de la economía nacional (aunque basado en un enorme endeudamiento, como vemos en la “burbuja” inmobiliaria que se ha formado).
2) Para atraer al capital imperialista, Brasil ofreció durante todos esos años, las tasas de interés reales más altas del mundo (cerca del 6%), lo que ha constituido uno de los pilares de este “modelo” de crecimiento. Así cerca del 40% del presupuesto público nacional pasó a ser destinado anualmente al pago de intereses, amortizaciones y refinanciamientos de deuda. Son partidas que dejan de ser invertidas en salud, educación, vivienda, infraestructura, etc.
3) Para consolidarse como un gran exportador de commodities en determinados ramos de la producción, los capitalistas, con ayuda del Estado (centralmente a través de préstamos con intereses más bajos subsidiados por el BNDES), avanzaron en la conformación de grandes monopolios que funden el capital nativo y extranjero y que compiten por los primeros lugares del mundo en sectores como minerales de hierro, carne, soja, naranjas, etc. La entrada del capital extranjero, sea para la especulación financiera o directamente en la producción en búsqueda de altos lucros, así como la entrada de dólares que resulta de la venta de mercaderías brasileras al exterior, constituye el motor de abundancia de esta moneda en el país y consecuentemente, de la valorización excesiva del real.
4) Las importaciones más baratas, como subproducto del real excesivamente valorizado, no sólo han contribuido a contener la inflación, sino también contribuyen a ampliar la capacidad de consumo de la población.
Este mecanismo que provoca la excesiva valorización evolucionó al punto de generar fuertes contradicciones para la economía brasileña, entre las cuales podemos destacar:
a) Con el real supervalorizado, los productos exportados por el país son más caros frente a similares en el exterior, y los productos importados son más baratos aquí. Esto provocó una dinámica en la cual las importaciones pasaron a crecer mucho más que las exportaciones.
b) Se volvió más barato contratar servicios en el extranjero en detrimento de servicios nacionales.
c) Los viajes al exterior resultaron más estimulados que los viajes internos y de turistas extranjeros en Brasil.
d) La creciente entrada del capital extranjero provocó una salida cada vez mayor de recursos a través del pago de intereses, lucros y dividendos, y también inversiones en negocios y empresas en el exterior.
Este conjunto de factores, juntos, que conforman el llamado “déficit en transacciones corrientes”, hacen que Brasil dependa aún más de la entrada de capital extranjero para continuar reproduciendo este “modelo”.
Real excesivamente valorizado, monopolios y especulación financiera
¿Por qué entonces Brasil no cambió ese modelo para enfrentar estas contradicciones a partir del momento en que el mercado interno pasó a ser el factor más dinámico del crecimiento económico?
Los grandes monopolios económicos que actúan en el país se internacionalizaron no sólo a través de la exportación de mercancías, sino también instalando parques productivos en otros países e incorporando ampliamente productos importados en sus costos de producción (no sólo bienes de capital, sino también de materias primas e insumos intermedios). Así, lucran con el real excesivamente valorizado, sea por tener un mayor poder de compra en el exterior o por conseguir abaratar sus costos de producción con importados. Además de esto, los monopolios ligados a la producción de commodities, en función de las ventajas proporcionadas por los recursos naturales del país (que permiten una enorme renta de monopolio), consiguen ser competitivos en el exterior aún con un real valorizado en relación al dólar. Al mismo tiempo, amplios sectores de la burguesía pasaron a fundir su actividad económica con la especulación financiera (o, en el caso de los que no consiguieron competir en la economía “globalizada”, convirtiéndose sólo en especuladores) transformando la deuda pública en un enorme mecanismo de transferencia de recursos de la población a una elite de 15 o 20 familias más pudientes.
O sea, “gente importante” (que en el fondo determina la política del gobierno) parece “ganar más” con el actual “modelo”. O, como mínimo, existe recelo sobre las consecuencias que podrían venir de cambios significativos. Es esto lo que explica el hecho de que, aún con amplios sectores burgueses ‘perjudicados en la medida que dependen de un real “más competitivo” (es decir, desvalorizado), el modelo hasta ahora se ha mantenido.
Los límites de la valorización, las presiones inflacionarias y la reproducción de la dependencia
La valorización del real tiene límites. Los indicadores más recientes han mostrado como el crecimiento del mercado interno viene siendo muy inferior al crecimiento de las importaciones. Esto significa que sectores cada vez más amplios de la economía interna están siendo potencialmente amenazados. Este proceso, ligado a la importancia adquirida por las commodities primarias en la pauta de exportaciones, es el que viene siendo llamado por la FIESP y analistas burgueses de “reprimarización” o “desindustrialización” de la economía, que significa un retroceso relativo del parque productivo nacional de su capacidad tecnológica. Además, aún los monopolios especializados en commodities que tienen ventajas competitivas en función de los abundantes recursos naturales del país, a partir de un determinado grado de valorización de la moneda nacional, comienzan a ver dificultades en su competitividad.
En ese marco, para contener una valorización excesiva del real, el gobierno ha optado por hacer intervenciones parciales en el mercado, comprando dólares [2]. Pero como el gobierno brasilero no tiene un ahorro propio para emprender esa política (como es el caso de China), esas intervenciones son hechas a costo del aumento de la deuda pública del país, que paga intereses exorbitantes, colocando una alerta también sobre las cuentas del Estado.
Las contradicciones estructurales del actual “modelo” tal como desarrollamos antes (moneda nacional poco competitiva, ganancias fáciles en la especulación financiera, baja inversión en infraestructura, etc.) constituyen la explicación de fondo del hecho de que, aún con una entrada de capital extranjero cada vez mayor en el país, Brasil continúa teniendo uno de ellos más bajos índices de inversiones productivas del mundo. Así, la combinación entre factores internacionales, como los altos precios de las commodities, y un crecimiento de la demanda mayor que el de la oferta, surgen nuevas presiones inflacionarias, como hemos visto recientemente. Como el gobierno y las clases dominantes no se disponen a enfrentar las contradicciones estructurales del país, el Banco Central, para contener la inflación adopta la política de contener el consumo aumentando la tasa de interés y restringiendo el crédito, incluso afectando las inversiones, mayoritariamente financiadas por el BNDES. Y nuevamente, entramos en el círculo vicioso en el cual, para reproducir el “modelo” de crecimiento actual, más capital extranjero entra en el país en busca de ganancias fáciles en la especulación financiera, generando más valorización de la moneda nacional.
De esta forma, es evidente el carácter estructural de la dependencia de Brasil en relación al capital imperialista y los grandes monopolios. En un país en el que la enorme mayoría de la fuerza de trabajo es precaria (sea registrado o no), en el que un enorme contingente de la población depende de la asistencia social del Estado y vive en el límite de la pobreza, en el que la riqueza producida es en gran media apropiada por el capital extranjero. No existe capital interno para financiar el consumo de la población o las inversiones en una perspectiva de “desarrollo sustentable con inclusión social”. Así, para viabilizar sus ganancias, las clases dominantes brasileras, como mucho, de acuerdo con las condiciones de la economía mundial, logran crear ciclos de crecimiento parciales y precarios, combinados con alguna reducción relativa de pobreza, pero reproduciendo, de forma estructural, la dependencia y la subordinación en relación al imperialismo, y acumulando contradicciones que más temprano o más tarde, vienen nuevamente a tono para, una vez más ser descargadas sobre las espaldas de los trabajadores y el pueblo, subyugando al país aún más a las cadenas imperialistas.
Cecientes divergencias sobre los rumbos de la política económica
Frente a ese escenario, los economistas y sectores de la burguesía comienzan a opinar sobre sus ideas, divergentes, en relación a las perspectivas de orientación de la política económica del nuevo gobierno.
En primer lugar, están aquellos que defienden el mantenimiento del actual “modelo”, a “toda costa” (aunque sea necesario frenar la economía). Estos ya claman por un nuevo aumento de las tasas de interés para contener las presiones inflacionarias. Son los que consideran que una reducción significativa de los intereses sólo podrá ser hecha después de una drástica reducción en los gastos del Estado a través de cortes en el sistema de jubilación, en los programas sociales, en salud, en educación, etc. Consecuentemente, ven la valorización del real como un “mal menor”. Y defienden que la mayor competitividad del capital instalado en Brasil debe ser alcanzado a través de la flexibilización de las leyes de trabajo para facilitar despidos, disminución de impuestos a los capitalistas y de inversiones en infraestructura. En las revistas de análisis de política económica de la gran burguesía, como las recientes ediciones especiales de la revista Examen y de la revista Coyuntura Económica, los intelectuales que trabajan para los grandes monopolios vienen defendiendo, con distintos grados de jerarquía, un conjunto de medias que confluyen para estas directrices básicas.
En segundo lugar, aunque minoritarios, viene ganando creciente importancia aquellos que priorizan la necesidad de desvalorizar el cambio y reducir las tasas de inflación, aunque para eso sea necesario un cambio significativo del actual “modelo”. Estos sectores dicen que un shock de reducción de los intereses, además de reducir el flujo de capitales extranjeros y con esto contribuir para la desvalorización del real, proporcionaría una reducción de los costos de la deuda pública, dando mayor margen de maniobra para un ajuste menos drástico en las cuentas del Estado. Consecuentemente, estos sectores, para viabilizar el mantenimiento de crecimiento, están dispuestos a tolerar metas inflacionarias más flexibles. Con esto, a través de la desvalorización real de los salarios, buscan garantizar buenos márgenes de ganancias sobre el reajuste de los precios. Dentro de este “campo”, están sectores ligados a la FIESP, revistas como Carta Capital y economistas como Antônio Carlos Lacerda, ex-presidente del BNDES en el primer mandato de Lula.
Lo que es un patrimonio común de todos los economistas y sectores burgueses es la defensa inquebrantable del pago de la deuda pública y de una reforma de las leyes de trabajo que torne al capital instalado en Brasil más competitivo en el exterior. Obviamente, venden esta idea como una “modernización” necesaria para acabar con el empleo en negro, que afecta a la mitad de los asalariados. Pero se trata, por ejemplo, de acabar con la multa del 40% del FGTS que el empleador está obligado a pagar si despide.
¿A dónde va el nuevo gobierno?
Las declaraciones de Dilma, su equipo de transición y su equipo ministerial (que está siendo definido) apuntan en el sentido de corte en los gastos del Estado. Al mismo tiempo, indican en el sentido del mantenimiento de rigurosas metas de inflación. Es esto lo que debemos entender cuando vemos al ministro de economía, Guido Mantega, decir que el exceso de gastos del Estado en los últimos cuatro años fue una excepción necesaria como respuesta a la crisis, pero que ahora se trata de “ser responsables”. La propia importancia adquirida por Palocci, en el nuevo gobierno es una señal que apunta en ese sentido, pues este fue durante el gobierno de Lula, el implementador de esta orientación, además de ser considerado “el garante” de los grandes monopolios junto al gobierno de Dilma.
Mientras tanto, algunas medidas adoptadas por el gobierno de transición adquieren un sentido ambiguo y contradictorio. Por ejemplo, en los últimos meses del año, los gastos del Estado continuaron aumentado. El gobierno viene haciendo alteraciones contables para aumentar su margen de maniobra presupuestaria, excluyendo las inversiones de empresas estatales de los cálculos de la economía para el pago de intereses (superávit primario). Y el ministro Guido Mantega manejó la posibilidad de retirar alimentos y transportes del cálculo de inflación, lo que podría significar una vía de flexibilización de las metas inflacionarias, que resultará en pérdida salarial - pérdida del poder adquisitivo- considerando que son artículos de primera necesidad y de gran peso en los índices de inflación, usados para reajustar los salarios. Esas posturas han creado dudas en el “mercado” sobre hasta qué punto estará dispuesto el nuevo gobierno a cortar el presupuesto público y hasta qué punto estará dispuesto a mantener altas tasas de intereses al costo de frenar la economía. Mientras tanto, frente a las presiones inflacionarias y la perspectiva de mayor valorización del real, difícilmente el nuevo gobierno podría implementar una simple inercia (continuidad) de la política económica llevada adelante después de la quiebra del Lehman Brothers y los primeros impactos de la crisis mundial en Brasil, cuando se combinó una leve reducción de las tasas de interés con un aumento de los gastos públicos.
De este modo, debemos prepararnos para nuevos ataques, cuyos ritmos y profundidad dependerán de la evolución de la crisis mundial y de factores internos. Así, una de las principales promesas de Dilma ha sido extender el Super-Simple (ley implementada por Lula que flexibilizó los derechos laborales en las micro y pequeñas empresas) para que pueda afectar a empresas mayores.
Es necesario levantar una política obrera independiente
La vanguardia de la clase obrera precisa prepararse para los embates que vendrán armando –con un programa que busque la alianza con los sectores más explotados y oprimidos en torno de una estrategia independiente de todos los sectores de la burguesía, sea los que defienden la reproducción del modelo actual o los que defenderán la desvalorización de la moneda. Al revés de “naturalizar” el Brasil de los monopolios o de defender pequeños cambios en los marcos de la “miseria de lo posible”, debemos luchar por las reivindicaciones básicas de los trabajadores y de las masas para avanzar en el enfrentamiento del sistema capitalista para que sean ellos, los que crearon la crisis, los que paguen sus costos y no los trabajadores y el pueblo pobre. Al revés de naturalizar el trabajo precario y la pobreza estructural, o defender una lenta, gradual e incierta “formalización” de la precariedad y una leve disminución de la pobreza, debemos forjar una vanguardia proletaria que luche por el empleo para todos, uniendo las filas de efectivos y tercerizados, con iguales derechos e iguales salarios, repartiendo las horas de trabajo existente entre todas las manos disponibles, sin reducción de los salarios, repartiendo las horas de trabajo existente entre todas las manos disponibles, sin reducción del salario, garantizando el mínimo establecido por el Diesse (R$2.150,00) Al revés de naturalizar la espoliación del pueblo a través de la transferencia de millones y millones a los capitalistas a través de los intereses de la deuda, debemos forjar una vanguardia que luche por su no pago y por la utilización de estos recursos en educación, salud y planes de obras públicas que contribuyan para acabar de una vez con el desempleo y la miseria del país.
NOTASADICIONALES
[1] Además de estar adoptando algunos impuestos (cuidadosos y en acuerdo con el “mercado”, como el aumento del IOF), que al principio no están cumpliendo el papel esperado.
[2] La primera fase de la crisis es la de la explosión de la burbuja inmobiliaria y de endeudamiento privado en los EUA y la quiebra de varias instituciones financieras. La segunda es la explosión de la burbuja de la deuda pública en Europa.