La política exterior del castrismo (Sólo en Internet)
31/08/2003
A lo largo de todo su recorrido en la política internacional la orientación de Fidel Castro ha sido la de librar la defensa de la revolución al amparo diplomático y político de alguna facción de la burocracia, durante Yalta, y de la burguesía en el nuevo escenario mundial. La perspectiva de la revolución en América Latina fue bloqueada en pos de preservar su situación privilegiada como burocracia dirigente y de amoldarse al statu quo de la política internacional.
"La política exterior siempre ha sido continuación de la política interior, pues la dirige la misma clase dominante y persigue los mismos fines" sentenciaba León Trotsky. Esta aseveración se confirma plenamente en Cuba, tomando en cuenta que en el caso del Estado obrero -deformado- cubano no es una clase estrictamente la que detenta el dominio sino un grupo social o casta que ha impedido a la clase obrera el ejercicio directo de su poder. Esta revolución es la primera de carácter socialista en América Latina y se desarrolla en el contexto de los acuerdos de Yalta y Potsdam. Estos acuerdos sellaron la voluntad de Estados Unidos y la Unión Soviética -Inglaterra y Francia como potencias menores- de constituir un nuevo orden mundial que instauró un statu quo político internacional desde fines de la Segunda Guerra Mundial hasta la caída del Muro de Berlín en 1989.
La burocracia stalinista que había salido fortalecida de la segunda guerra mundial -por su papel en la derrota del fascismo- ejerce en el periodo de Yalta una colaboración contrarrevolucionaria con la burguesía imperialista. Para ello practica sin escrúpulos su influencia sobre los PC del Occidente y los movimientos de liberación del llamado Tercer Mundo, imponiéndoles una orientación que subsume dentro del orden social y del statu quo diplomático los cuestionamientos revolucionarios y la luchas antiimperialistas.
Yalta, sin embargo, no implicó el fin de las tensiones y la competencia entre los EEUU y la URSS. Como parte de estas fricciones el Ejército Rojo protagonizará, a la salida de la segunda guerra mundial, procesos de expropiación de la burguesía en el este de Europa, inaugurando un corto periodo que, desde nuestra corriente, hemos denominado como de revoluciones pasivas proletarias. Una serie de revoluciones preventivas es decir, revoluciones sin revolución, procesos controlados desde arriba por el stalinismo en un momento de fuertes roces con el imperialismo y que buscaron evitar una arremetida de éste contra el Kremlin. Son revoluciones-restauración que si bien nacionalizan la propiedad privada reconstruyen un nuevo orden que instaura un régimen represivo contra los trabajadores.
Esta política preventiva buscaba, en el plano internacional, establecer una zona de influencia y de amortiguación frente a la presión imperialista [1]; y en el orden interno de los países del este impedir la imposición de una hegemonía de las masas obreras y campesinas que amenazara la estabilidad de la nomenklatura soviética. Como resultado de estos procesos la autoridad del stalinismo se multiplica. Las conquistas de las masas como subproducto de la expropiación, contradictoriamente, debilitan en el plano estratégico al proletariado profundizando su crisis de dirección revolucionaria.
El orden de Yalta se impuso al precio del desvío de la revolución en Europa a la salida de la Segunda Guerra Mundial, es decir del retroceso de la revolución mundial. En estas condiciones el proceso revolucionario se trasladó a la periferia (revolución anticolonial en Africa, la revolución China, etc). El avance de la revolución colonial y semicolonial en la década del ’50 es el marco contemporáneo del proceso en Cuba [2]. La revolución cubana, al igual que anteriormente la china y la yugoslava, rompen la dinámica en el plano de su desarrollo interno de las revoluciones pasivas.
La intervención de la URSS en la revolución cubana, implicó un giro decisivo en los destinos de la misma. El "thermidor" cubano se desarrolló como institucionalización del proceso de la revolución, es decir la instauración de un "orden revolucionario" conservador que activó el bloqueo interno y externo de la dinámica permanentista de la revolución cubana y consolidó el poder de una burocracia gobernante. Primero con la implantación del partido único como representante de la "voluntad general" de la revolución, con la regimentación de los CDR [3] y p or último con el silenciamiento de toda oposición, particularmente la proveniente de las masas, y el desplazamiento del ala izquierda del viejo M 26. En el orden de la política exterior, la influencia soviética dio sustento a las maniobras de Fidel Castro frente a los EEUU, y la versión cubana del "socialismo en un solo país" se transformó en doctrina de estado para su diplomacia en oposición a la revolución socialista.
Durante los primeros años de la década del ’60, los años más tormentosos de la revolución, los pasos iniciales de la política exterior fueron zigzagueantes. Estos vaivenes expresaban las relaciones entre las distintas fuerzas que actuaban sobre y en el interior del nuevo núcleo dirigente cubano. El primer intento de una política internacional se manifestó en la retórica radical en la Tricontinental y la OLAS. En esos tiempos Ernesto Guevara desafiaba a los soviéticos y a la coexistencia pacífica llamando a impulsar la lucha antiimperialista y hacer: Dos, tres muchos Viet Nam [4]. Por su parte a Fidel Castro le permitía poner un límite a las exigencias del Kremlin y de los stalinistas cubanos y latinoamericanos, hostiles a la orientación pregonada por el Che y partidarios del sostenimiento del régimen burgués en el continente. En este periodo de la diplomacia estalla la crisis de los misiles en 1962 donde se puede observar las diferentes tesituras entre cubanos y soviéticos.
Pasado el impulso revolucionario, asentado Fidel Castro en el mando de la revolución y consolidada la alianza con los soviéticos, la revolución cubana va a dar paso a una nueva fase de su política exterior que denominamos de diplomatización de la revolución. Este concepto es utilizado por el marxista italiano Antonio Gramsci para definir los lineamientos políticos que guiaron la diplomacia del Conde de Cavour durante el Risorgimento. Según las reflexiones de Gramsci este concepto explica cómo la política exterior de ese periodo carecía de "autonomía internacional" y el porqué "de muchas victorias diplomáticas italianas a pesar de la relativa debilidad político-militar; no es la diplomacia italiana como tal la que vence, sino que se trata de saber obtener beneficio del equilibrio de las fuerzas internacionales" [5]. Como antaño el Conde de Cavour, en otras latitudes y otra época el comandante Fidel Castro actúa aprovechando las contradicciones del statu quo mundial para apoyarse sobre uno de los contendientes hegemónicos del orden (la URSS) que lo contiene para reforzar ese mismo orden internacional.
En 1968 Fidel Castro justifica la invasión soviética para aplastar la revuelta checoslovaca conocida como la "Primavera de Praga". A partir de 1971, luego del fracaso de la llamada "zafra de los diez millones", Cuba ingresa al COMECON y ata su supervivencia económica al intercambio comercial con la URSS y el este europeo. El alineamiento diplomático con el Kremlin y con su política de la colaboración con la burguesía, se hace más activo y es el que explica, por ejemplo, el papel jugado en apoyo a la "vía pacifica" al socialismo en Chile durante el gobierno de la Unidad Popular.
En América Latina el punto más alto de la influencia política del Estado cubano fue en la revolución nicaragüense que voltea a Anastasio Somoza en julio de 1979 y en el colosal ascenso de masas que en paralelo transcurría en El Salvador. La participación activa de Fidel Castro en pos de establecer acuerdos de paz y democracia, resultaron en sustento de la política imperialista que tenía como fin desactivar la revolución centroamericana. Estos acuerdos terminaron desarmando a la guerrilla salvadoreña e integrándola al aparato de Estado y entregando la revolución sandinista que se había ganado en el campo de batalla, con la derrota de la contra, en la mesa de negociaciones que establecerán elecciones donde resulta ganadora una de las representantes de la contra, Violeta Chamorro, a fines de los años ochenta.
A partir de 1992, con el fin de los subsidios de la ahora ex URSS, Cuba queda aislada y vive uno de sus momentos de mayor zozobra, el llamado "periodo especial", que obliga a Castro a reformular su política exterior para adaptarse a la nueva situación de hegemonía norteamericana post Muro de Berlín. A partir de entonces Fidel Castro brega por un nuevo orden de Estados que le dé cabida a Cuba en su seno frente al peligro que representa para el Estado cubano el enorme poderío y presión ejercida por su vecino.
En medio del bloqueo y las leyes anticubanas del imperialismo yanqui, Fidel adopta un curso de negociación con las burguesías latinoamericanas y los imperialismos europeos para garantizar la subsistencia de su régimen, tentándolos con inversiones directas en turismo, busca así presionar a una negociación para levantar el bloqueo y darle aire a su régimen.
El gobierno cubano abandona el discurso marxista y asume una ideología martiana, de corte nacionalista radical, acorde a su objetivo de presentarse más moderadamente frente a sus potenciales aliados. La visita del Papa Karol Wojtila en 1998 es el máximo hito de este periodo de la diplomacia castrista.
En las actuales condiciones creadas en el plano internacional por el unilateralismo guerrerista de los halcones norteamericanos, el régimen de Castro se encuentra frente a una nueva amenaza a su supervivencia. Esto obliga al líder cubano a actuar reafirmando su postura de garante de la independencia de Cuba frente a las masas, tensando la cuerda con los EEUU y azuzando diversas situaciones de conflicto, para esperar nuevamente que algún sector de la burguesía y el imperialismo se ofrezca como interlocutor sobre el cual apoyarse.
Aunque en los últimos meses se han deteriorado las relaciones con la Unión Europea, el giro en la política de los regímenes continentales frente a la administración republicana ofrece un apoyo, bastante frágil podríamos decir, a este intento de reacomodamiento de la burocracia.
La defensa de la revolución no puede quedar en manos ni de la burocracia ni de la burguesía como ha sido la constante del castrismo. Esta dirección tomada, debilita la revolución pues no apela a la iniciativa de los únicos interesados en la supervivencia del proceso cubano: los obreros y campesinos de América Latina y el proletariado internacional. En esta etapa donde EEUU ha decidido imponer a sangre y fuego sus condiciones a los pueblos oprimidos y al mundo, la perspectiva de la revolución socialista se hace necesaria no sólo para defender las conquistas del pueblo cubano sino para poner fin a un capitalismo que sólo tiene para ofrecer destrucción, degradación y barbarie.
NOTASADICIONALES
[1] Como resultado de la instauración del llamado Bloque del Este bautizado por los stalinistas como "socialismo real", donde la URSS ejerció el peor de su chauvinismo.
[2] Un elemento particular de la Revolución Cubana, de su excepcionalidad, radica en la profunda debilidad del elemento contrarrevolucionario interno, tanto de la burguesía y sus partidos como del stalinismo criollo que subordinado a las órdenes de Moscú, habiendo apoyado a Batista en los ’40 y a la oposición burguesa en los ’50, que fuera apologista de la corriente proimperialista de Earl Browder (secretario general del Partido Comunista de los EEUU), -que predicaba su disposición a "cooperar para que el capitalismo trabajara eficazmente" y que sostenía que "desde Marx nunca hubo en el programa del movimiento comunista la idea de destruir el capitalismo"- había perdido toda autoridad para jugar su papel de freno del movimiento de masas.
[3] Comité de Defensa de la Revolución, creados a partir de 1961 para canalizar las milicias populares.
[4] Esta concepción del Che tenía dos grandes limitaciones. Por un lado que su estrategia continental consistía en la creación de distintos focos guerrilleros aislados de las masas. Por el otro, que sus llamados en la Tricontinental tenían como destinatarios a los líderes burgueses y pequeñoburgueses del llamado tercer mundo.
[5] Antonio Gramsci, "Política y Diplomacia", en Antologia II, Siglo XXI, p. 293.