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GRECIA

Polémica con el economista griego Lapavitsas

27/07/2015

Polémica con el economista griego Lapavitsas

Costas Lapavitsas y la Plataforma de Izquierda. La estrategia de la devaluación. Una discusión política sobre el rol de la movilización de las masas en la economía y la crítica del capital. Polémica con el economista griego Lapavitsas

Como planteamos la semana pasada, un amplio arco que engloba desde los Premio Nobel en economía Krugman y Stiglitz hasta miembros de la Plataforma de Izquierda de Syriza, sostiene –con mayor o menor decisión- la necesidad de que Grecia abandone la Eurozona. “Salir del Euro” es el título de un artículo del conocido economista griego de origen marxista, integrante de la Plataforma de Izquierda de Syriza, Costas Lapavitsas, publicado en la edición de julio de Le Monde Diplomatique. Reseñamos aquí algunos de los principales conceptos volcados por el autor y profundizamos la polémica iniciada. Con acertado criterio señala Lapavitsas que bajo los dictados alemanes “El futuro de Grecia se anuncia oscuro (…) Probablemente el desempleo se mantenga muy elevado sin que se pueda proyectar un cambio en la evolución de los ingresos, cuya caída superó el 30% para amplias franjas de la sociedad. De esta forma una población ya mayor, aplastada por la deuda, tendría que ver a su juventud –especialmente la mejor formada- tomar el camino del exilio. No cuesta imaginar la situación de fragilidad geopolítica en la que tal escenario hundiría al país: pronto Atenas quedaría relegada a la insignificancia histórica.” En contraposición, el autor sugiere que la salida de la Eurozona “no sería nada parecido a una fiesta. Pero la historia y la teoría monetaria permiten trazar las grandes líneas de una estrategia”. Veamos.

Estrategia

Sugiere Lapavitsas que Atenas debería suspender su pertenencia al euro sin invalidar su adhesión a la Unión Europea. Grecia debería interrumpir el pago de su deuda pública en el exterior fundamentalmente con el FMI y el BCE, aunque podría seguir honrando sus compromisos con los acreedores privados. Sería necesario promover luego una conferencia internacional para obtener una reestructuración de su deuda. El gobierno se dedicaría así a pagar al conjunto de sus agentes domésticos. El país retomaría el control de su Banco Central que abandonaría el Eurosistema pero no el Sistema Europeo de Bancos Centrales. Se nacionalizaría el sistema bancario y surgirían nuevos establecimientos sanos. Se establecería un control de cambios y de las transacciones bancarias. Los depósitos –al igual que los préstamos bajo la ley griega- se convierten a un nuevo dracma a una tasa de 1 a 1. Ahora bien, advierte Lapavitsas, el nuevo dracma -como es claro- se devaluará probablemente mucho, durante las primeras semanas, antes de estabilizarse tras varios meses, en torno a una reducción del 10 al 20% de su valor inicial, mientras la inflación no debería conocer sino un modesto aumento. La satisfacción de las necesidades de los grupos más vulnerables de la sociedad en productos básicos, se eleva al rango de prioridad.

Debería bastar con un mínimo de preparación para evitar recurrir a las libretas de racionamiento. Nadie niega que una salida del euro y un default tendrán un costo social alto (¡¿más alto?!), pero se trata de una prueba temporal. Seguramente, continúa el autor, el período de ajuste de algunos meses (¿más ajuste?) hará que la economía entre en recesión (¿más?). Pero luego…Grecia puede esperar una recuperación del crecimiento. El país estaría en condiciones de operar un desplazamiento de los servicios hacia la industria y la agricultura así como relanzar la inversión pública y sostener su equivalente privado. Continúa diciendo Lapavitsas que en el momento actual el costo de la austeridad se apoya en gran parte en los asalariados, los jubilados, los pobres y las clases medias bajas. Un gobierno de izquierda aprovecharía una salida del euro para trasladar esa carga sobre los hombros de los más favorecidos y transformar la relación de fuerzas dentro del país. Sin dudas el episodio reduciría el poder de compra de la población a través del encarecimiento de las importaciones. Pero también aminoraría el valor real de los créditos inmobiliarios y otros préstamos. La reactivación de la actividad económica después de la conmoción inicial, favorecería a los trabajadores al proteger el empleo y facilitar un aumento progresivo de los salarios lo que permitiría la redistribución del ingreso nacional. El continente se asfixia y tiene que recuperar fuerzas. A menudo Grecia desempeñó un rol histórico desproporcionado en relación con su tamaño, parecería ser que se presenta una nueva oportunidad…Acordamos particularmente con esta última afirmación, aunque no en los términos de Lapavitsas.

Entre la horca y la silla eléctrica

En primer lugar y como también apuntamos la semana pasada en Grecia: el fin de la utopía reformista, hay que señalar que incluso técnicamente, este plan tiene limitadas sus probabilidades de éxito en el contexto de la situación económica mundial actual, la debilidad de Europa, la delicada posición geoestratégica de Grecia y las características particulares de su economía. Pero obviemos estos condicionamientos, supongamos factible la estrategia de Lapavitsas y vayamos al grano del asunto.

Lapavitsas reconoce –un poco a regañadientes y como efecto no deseado- que incluso cuando durante los últimos años el ingreso de amplias franjas de la sociedad se redujo en un 30%, la devaluación volvería a golpear sobre el poder de compra de esos mismos sectores. Pero a decir verdad, este no es un “daño colateral” sino el aspecto central buscado por la devaluación, destinada a incrementar la “competitividad” externa de una economía capitalista. Resulta que la devaluación implica un incremento en igual cuantía de los precios de los productos importados y por ese mismo motivo reduce los salarios y los ingresos de los sectores más empobrecidos. Cuanto más depende una economía de las importaciones –y la de Grecia depende mucho-, mayor es el efecto del aumento de los precios de las importaciones sobre los precios internos. La recesión a la que alude Lapavitsas es la consecuencia del mismo proceso en la medida en que, necesariamente, la devaluación implica una caída de las importaciones. Normalmente estos procesos recesivos permiten mejorar las cuentas externas nacionales en la medida en que se produce un incremento de las exportaciones en términos relativos, posibilitando aumentar el superávit comercial. A la vez, incrementan la desocupación y degradan el salario de los trabajadores que permanecen ocupados. La inflación, a su vez –que según Lapavitsas, debería ser moderada- suele dispararse debido a que el aumento de los productos importados incrementa los costos y reduce la ganancias que los dueños del capital buscan recuperar subiendo precios. En conclusión, recesión e inflación alimentan a su vez la caída real de los salarios y en la ecuación final el proceso concluye favoreciendo las ganancias empresarias. De modo tal que una devaluación del dracma que con una mirada excesivamente complaciente, el autor estima en un máximo de 20%, se traduciría –según señalan algunos análisis- en un nivel de caída adicional de los ingresos de como mínimo un 30%. Si agregamos un descenso de esta magnitud o incluso una un poco más moderada a la reducción ya alcanzada por los ingresos de amplios sectores de la población, se obtiene una disminución cercana al 50%. Ahora bien, Lapavitsas agrega como aliciente el hecho de que concomitantemente, se reduciría el valor real de los créditos inmobiliarios y otros préstamos en dracmas. A decir verdad esta disminución no es más que lo que Keynes llamaba una “ilusión monetaria”. El valor real de las deudas internas necesariamente se reduciría por la devaluación del dracma aunque, por el mismo motivo, como señalamos, se reducirían los ingresos. De modo tal que para los trabajadores y sectores pobres de la población, se trataría de deudas reducidas como porcentaje de salarios e ingresos reducidos, lo cual, dependiendo de la dinámica específica del proceso, acabaría arrojando muy probablemente, deudas idénticas en términos reales a las actuales. Por el contrario, quienes sí podrían beneficiarse de una reducción de los valores reales de las deudas internas serían los dueños del capital, favorecidos por las disminuciones salariales y el incremento resultante de la “competitividad”. Por otra parte el grueso de la deuda pública griega que alcanza 247.000 millones de euros (177% del PBI), no es con el FMI y con el BCE (cuyas acreencias sumadas representan 39.500 millones de euros y a quienes Lapavitsas propone interrumpir el pago), sino con los Estados europeos que absorbieron a través de los “rescates”, la mayor parte de las deudas de sus respectivos bancos privados.

La devaluación del dracma, se traduciría inmediatamente en un incremento del valor de la deuda nacional en euros que muy probablemente acabarían pagando los trabajadores y sectores pobres a través de impuestos incrementados o reducción de gastos del Estado. Ahora bien, nos dice Lapavitsas que después todo esto, en un futuro incierto, viene la recuperación. Si aceptáramos -con gran incredulidad, para ser sinceros- la posibilidad de desarrollo y conclusión de una compleja situación como esta sin “sobresaltos”, hay que decir que efectivamente, luego de la catástrofe inicial y después de unos cuantos años de catástrofe adicional, debería venir algún tipo de recuperación económica. Al fin y al cabo, así funciona el capitalismo: durante las crisis, la destrucción sienta las bases para la inversión del capital y por lo tanto, para la reconstrucción. Ahora bien, en el curso de la recuperación, los trabajadores y el pueblo pobre de Grecia, tendrían que pelear por recuperar el valor perdido de sus sueldos e ingresos y cuando se acercaran a la reparación de aquellas pérdidas o incluso las superaran tibiamente, la “competitividad” del capital volvería a sentirse amenazada, con lo cual, seguramente se estaría preparando la próxima crisis que exigiría nuevas reducciones de ingresos. Es historia conocida. Un trabajo de Sísifo, como lo hemos llamado. Mientras tanto, el capital se concentra en el otro polo y va perdiendo las ventajas para su acumulación ampliada. En consecuencia, exige nueva destrucción. Pensado en estos términos, no hay salida de acuerdo a los intereses de los trabajadores y el pueblo pobre, que acumulan alternativamente miseria o apenas recuperan lo perdido en la fase anterior. No se trata de una discusión técnica sobre el mejor plan económico. Elegir entre la permanencia en el euro o la salida al estilo Lapavitas, es como elegir entre la horca y la silla eléctrica. Se trata de una discusión política que involucra por supuesto, la crítica de la economía del capital.

El rol de la movilización en la economía

¿Por qué solamente puede pensarse el futuro de la economía griega en términos de las necesidades del capital? ¿Por qué no podría reflexionarse, por ejemplo -y a la inversa del planteo de Lapavitsas- que los ingresos de los trabajadores y los sectores más empobrecidos no sólo no se contraigan en términos ni reales ni nominales, sino que se eleven a un rango elemental, capaz de cubrir el valor de una canasta familiar? ¿Por qué no prohibir todo despido y exigir la ocupación de todos los brazos disponibles? Nos dirán que si se exige por ejemplo el reparto de las horas de trabajo existentes con un salario a nivel de la canasta familiar, las empresas cerrarán, debido a la reducción del beneficio. Pero tanto las fábricas, como los astilleros y las empresas que brindan servicios, son entes que existen independientemente de sus propietarios.

Por lo tanto, en la medida en que los dueños de las grandes empresas griegas y extranjeras se opongan –y lo harán- ¿Por qué no expropiar sus bienes y activos como por ejemplo los de los magnates de la industria naviera? ¿Por qué no volver a nacionalizar sin indemnización alguna, todas las empresas privatizadas como por ejemplo la compañía de teléfonos OTE, actualmente en manos del capital alemán? A decir verdad y debido a los estrechos lazos que unen a los bancos con los grandes capitales de la industria, el comercio y los servicios, es impensable y utópico nacionalizar los primeros –como propone Lapavitsas- sin nacionalizar los segundos.

No es posible pretender nacionalizar seriamente los bancos sin tocar la propiedad del gran capital. La misma nacionalización y creación de una banca única permitiría no sólo centralizar la desastrosa contabilidad nacional sino ordenar la recaudación, imponiendo por ejemplo impuestos progresivos a las grandes fortunas, conociendo los verdaderos movimientos a través de la eliminación del secreto comercial. Posibilitaría además el otorgamiento de créditos baratos a pequeños campesinos y propietarios.

Por supuesto estas medidas deben pensarse como parte de un plan integral que incluya la ruptura de toda negociación con la Troika, el cese del pago del total de la fraudulenta e impagable deuda griega, la nacionalización del comercio exterior, entre otras disposiciones. Pero la clave es que un plan de este tipo no puede considerarse como un “programa económico alternativo” sino como una cuestión de clase. Se trata en realidad de poner en movimiento a la clase obrera y los sectores pobres de la sociedad en función de sus propios intereses. Se trata de una estrategia opuesta por el vértice a la de Syriza, consistente en pasivizar a las masas para redimir al capital.

Cuando hablamos de la importancia y el rol de la movilización no nos referimos sólo a las huelgas y las manifestaciones. En el caso de dirigir los destinos de un país, se trata de la movilización económica de las masas, es decir su gestión y participación en la economía cotidiana, su rol en organismos de control y gestión de los bancos y las empresas nacionalizadas. Los trabajadores y el pueblo pobre involucrados en el manejo directo de la economía para evitar los negociados, la corrupción y garantizar la distribución. Se trata de implicar a las masas en la producción de su destino cotidiano. Lapavitsas está en lo cierto cuando dice que la pequeña Grecia puede cumplir un rol histórico desproporcionado…Pero sólo una política de este tipo lograría consumarlo, transformando verdaderamente la “relación de fuerzas” en el país y entusiasmando a millones en Europa y el mundo que verán como los trabajadores y las masas pueden dirigir su propio destino. Esos millones no dudarán en salir a las calles, parar fábricas, transportes, boicotear políticas destinadas a perjudicar a Grecia así como violar leyes y disposiciones, para beneficiarla. Un derrotero tal –del que la Plataforma de Izquierda está muy lejos y que los sectores revolucionarios deberían tomar en sus manos-, comenzaría a hacer realidad el terror no sólo de Alemania y la Unión Europea, sino de Estados Unidos y todos sus pretendidos demócratas aliados y amigos.

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