Elecciones Brasil
¿Por qué el PT aparece debilitado en estas elecciones?
26/09/2014
La debilidad del PT y de Dilma en las encuestas señala la declinación del fenómeno del lulismo. Las bases para la reproducción económica y social de este fenómeno están debilitadas y cuestionadas, independientemente de una eventual victoria en octubre.
Uno de los fenómenos más problemáticos de esta elección es buscar entender profundamente cómo y por qué el PT está teniendo tantas dificultades para mantener o siquiera expresar sus resultados históricos. No solo dejar a Marina atrás y llegar a un segundo turno más “calmo”, sino poder alcanzar el tradicional 30% en San Pablo (Estado donde el PT surgió y cuyo peso electoral es casi igual al de todo el Nordeste). En SP el candidato petista Padilha llega apenas a escasos 10% (aproximadamente) y el histórico senador Suplicy encuentra dificultades para reelegirse.
Hay “desgaste del personal político” después de 12 años de gobierno, como escriben los periodistas de los principales diarios, hay un vago “deseo de cambio” pos-Junio (de 2013), que alimenta Marina, y también hay escándalos de corrupción. Hay un “distanciamiento de los movimientos sociales”, como diría la izquierda petista. Está la experiencia que muchos jóvenes hicieron con el PT en Junio. Son muchas las expresiones de la crisis del petismo y del lulismo que marcan un fin de ciclo.
Claro que este fenómeno de fin de ciclo puede, al contar los votos, acercarse al histórico (incluso Padilha puede crecer). En las encuestas hay contratendencias al declive del lulismo. Como por ejemplo la posibilidad de arrancar a los tucanos el Estado de Minas Gerais en el primer turno. Pero hay algo cualitativo procesándose. Los votos al PT en 2014 tienen un mayor componente de “mal menor” que los de 2010. La militancia electoral petista que está reapareciendo es más anti-tucana, anti-Marina, que patriótica de “su” partido. Y esto es expresión distorsionada de la crisis y declinación histórica del lulismo.
Declive del lulismo
Entendemos por lulismo y petismo cosas muy diferentes. El petismo es un fenómeno de toda una etapa histórica, basado en una militancia sindical y su expresión política dirigida por Lula con diferentes facetas, crecientemente integradas al régimen político y al servicio de los empresarios, en su largo desarrollo desde los años 80 hasta hoy, entrando en declive. El petismo no dejó de mantener su fuerza en los sindicatos, en el MST (Movimiento Sin Tierra) y otros movimientos sociales pero, sin dejar de existir, ya es hace algún tiempo una sombra de la fuerza del lulismo.
Entendemos al lulismo como algo específico que emergió después del “mensalào” (escándalo de corrupción que implicó a los principales dirigentes del PT) o en el segundo mandato de Lula. La elección de Dilma fue expresión de continuidad del lulismo.
El lulismo tuvo como base fundamental varios factores pero, por fines didácticos, vamos a resumirlo en tres ejes: crecimiento económico, consumo, conciliación de clases.
El primero: crecimiento económico. En medio de condiciones económicas especiales por el crecimiento de la economía mundial después de la crisis del 2001, el boom de las commodities comenzó a cambiar mucho la economía brasilera alrededor del año 2005. Hasta aquel año la burguesía debatía por qué Brasil crecía menos que el resto del mundo y que América Latina. Después de aquel año parecía que Brasil había despegado. Hoy en día ya no hay condiciones para la reproducción de esta situación económica (lo que no desarrollaremos en este artículo).
El segundo eje del lulismo está íntimamente ligado al primero. Consumo. Con crecimiento de la economía, crecimiento del empleo, aumento del poder de compra de los salarios fue posible aumentar, y mucho, el consumo de los trabajadores. Una importante parte de este consumo se basó en el crédito. Y una de las más importantes modalidades de crédito en Brasil actualmente son las tarjetas de crédito y más aún consignado (con descuento automático). La burguesía ganó mucho con el crecimiento económico y “aceptó” emplear más trabajadores con un salario mínimo valorizado. En época de “vacas gordas”, había más para distribuir.
Basado en este consumo, en este aumento del empleo, en las inmensas ganancias de la burguesía fue posible algo también excepcional, asegurar la “paz social”. Una período extraordinario de conciliación de clases entre los trabajadores y empresarios. Ahí está el tercer eje del lulismo. En todos estos años, con altas ganancias, la burguesía casi sin resistencia aceptó ir cediendo aumentos salariales reales a los trabajadores. Con este telón de fondo se fueron desarrollando algunas huelgas.
Sin embargo, estas huelgas, en su amplísima mayoría, eran controladas por la burocracia sindical ligada al gobierno, o incluso aún dirigidas por la izquierda no lograban romper esta conciliación general entre las clases. Con huelgas o sin ellas, imperaba una idea: podemos ganar todos, los empresarios y los trabajadores. Lula se jactaba justamente de esta idea. Su gobierno sería, según él, el gobierno en el que “nunca antes en la historia” los banqueros habían ganado tanto, ni el salario mínimo y el nivel de empleo aumentado tanto. En medio del crecimiento económico y el crecimiento sustentado del consumo había espacio para que todos ganasen (con los empresarios siempre ganando más, claro) y los intereses fuesen conciliables. Mucha “paz” y “avance social” lento y gradual. Y todo esto “para todos”, como decía el lema oficial.
Imposibilidad de reproducción de las condiciones del lulismo
Aunque en diferentes grados, estos tres ejes están cuestionados. Esto fue parte de lo que impulsó las grandes “jornadas de Junio” y parte de lo que el pos-Junio continuó desarrollando.
Ya no hay condiciones económicas para un crecimiento como el de aquellos años. Los dos primeros ejes, crecimiento económico y consumo, están cuestionados. El debate para el futuro postelectoral, según los analistas burgueses más sobrios es: gane quién gane serán necesarios ajustes, desde el aumento de las tarifas y precios controlados (como el de los combustibles producidos por la Petrobras) hasta discutir aspectos de la CLT (leyes laborales), y algunos sectores llegan a cuestionar la continuidad de la ley de aumento del salario mínimo por encima de la inflación. Esto explica por qué algunos sectores empresariales sin bajarse de la candidatura de Dilma también le dan cuerda a Marina. Testean si ella puede ser mejor alternativa para estos ajustes. Es decir, hay entre los “de arriba” desgaste con el lulismo, pero esto también ocurre entre los “de abajo”.
Las aspiraciones crecientes, aunque graduales, que el lulismo engendró se chocaron con una situación de estancamiento económico. Esto es parte de lo que mostró Junio. Y más, el pos-Junio se expresó en un aumento en las huelgas, sobrepasando a los sindicatos burocráticos y pro-patronales (aunque no los de la CUT al mismo nivel). Es decir, para alcanzar lo mismo había que romper la paz social, había que romper el tercer eje: la conciliación de la clase trabajadora con gobiernos y empresarios, enfrentándose con los sindicatos que estaban (y están) de antemano entre las clases sociales. Solo así entendemos la huelga de los barrenderos de Río, los colectiveros de varias ciudades, y otras como las de las grandes obras de la construcción civil. La ausencia de una fuerte izquierda clasista no permite que este cuestionamiento se exprese electoralmente, pero esta contradicción está puesta como una marca de la situación pos-Junio y no solamente de la coyuntura electoral.
Sin condiciones de reproducir sus “tres ejes” estamos viviendo el ocaso del lulismo. Este ocaso puede desarrollarse a la izquierda o a la derecha. Pero esto no será decidido solo en las urnas. Será decidido antes que nada en las calles y en los lugares de trabajo, y si emerge una nueva izquierda clasista y revolucionaria que permita dar fuerza y ánimo a este proceso que se viene desarrollando muy a pesar (y hasta en contra) de la izquierda tradicional.
23/09/2014