Elecciones Brasil
Proyecciones regionales de la disyuntiva brasileña
07/10/2014
A menos de 20 días del ballotage, es previsible que el último tramo de la disputa electoral se ponga al rojo vivo. Dado el peso económico e importancia política de Brasil, la lucha entre Dilma Rousseff y Aécio Neves por la presidencia aumentará el interés externo por una definición que está llamada a tener importantes consecuencias regionales e internacionales. Lo que se juega no es sólo el futuro político inmediato del gigante latinoamericano, sino también una de las claves para la reconfiguración del tablero regional. Claro que, por ahora, es un “final abierto” pero ya circulan diversos análisis explorando sus posibles direcciones. Vale la pena apuntar algunos elementos
Poco que festejar para los “posneoliberales” latinoamericanos
Desde el punto de vista de los alineamientos político ideológicos en América latina, se puede apuntar que el resultado de la primera vuelta -un primer “triunfo con sabor amargo” para Dilma- confirma la erosión de la hegemonía petista y asesta ya un golpe importante al conjunto de las fuerzas “posneoliberales” latinoamericanas. Después de 12 años de gobierno del PT, considerado internacionalmente como modelo y “vitrina” del proyecto reformista, comparte la decadencia con el conjunto de los “posneoliberales” sudamericanos. Si una derrota el 26 sería un golpe superior (alentando a la derecha en las elecciones uruguayas o en las crisis de Argentina y Venezuela, por ejemplo), la continuidad de Dilma tampoco asegura una recomposición.
Ella misma se prepara a aplicar una política más de derecha, no sólo en el terreno económico, sino en aspectos democráticos básicos, partiendo de la preservación del régimen y la corrupta clase política que integran el PT y sus aliados, dejando en pie las condiciones de discriminación hacia los negros, los pactos con la iglesia y los evangélicos contra el derecho al aborto y otras “perlas” por el estilo.
La centroizquierda y el nacionalismo latinoamericanos insisten en que la continuidad petista garantizaría el liderazgo brasileño para una “integración” latinoamericana progresiva. Pero la política exterior “soberana” también se resiente de este viraje a derecha del gobierno petista, que la fraseología de campaña no alcanza a disimular. Se trata de un rumbo general compartido por los otros gobiernos posneoliberales que se preparan a gestionar una “época de vacas flacas” adaptándose más a las exigencias del capital, aplicando ajustes y buscando “distender” las relaciones con el imperialismo.
Disputas de política exterior
En la “gran prensa” reaccionaria, algunos analistas relevantes plantean dos variantes para un vuelco a derecha en Brasil que arrastre a la región: la preferida sería que Aecio Neves gane el 26 y, aplicando un programa económico más abiertamente neoliberal, cambie también la política exterior de Brasil para alinearse con Estados Unidos. Sin embargo, tienende a ver como muy posible una segunda hipótesis variante: que la propia Dilma en un segundo mandato se vea obligada a redefinir sus planes, tanto como su política exterior adaptándose a lo que piden “los mercados”, y bajo la presión suplementaria de una derecha fortalecida.
Hace algunas semanas planteamos que Dilma Rousseff, que mantuvo una política exterior más moderada aún que Lula, en aspectos importantes convergía con propuestas de Marina Silva -y en este sentido similares a las de Aécio Neves- como por ejemplo en la disposición a negociar acuerdos de libre comercio con la Unión Europea aún sin el consenso de los socios del MERCOSUR.
En efecto, Neves y el PSDB afirman que de llegar al gobierno recompondrían las relaciones con Washington, replantearían la relación en el BRICS y “flexibilizarían” el MERCOSUR para poder negociar con la Unión Europea y con la Alianza del Pacífico. Pero Dilma ya viene adoptando parte de esa agenda. Inició tratativas, al margen de los socios del MERCOSUR, con la Unión Europea. Y también tanteos con los países miembros de la Alianza del Pacífico. Evita una mayor confrontación con Estados Unidos cultivando un perfil más bajo y moderado que el “activismo internacional” que caracterizó a la gestión de Lula, y mantiene una relación más tibia con Maduro, Evo y aún Cristina Fernández.
Un gobierno de Aécio, más alineado con Washington, socavaría el actual esquema de alianzas regionales, en particular con Venezuela, Cuba y Argentina. Pero tampoco le resultaría fácil desprenderse de un golpe de todos los compromisos ni rediseñar la orientación geopolítica brasileña, orientada a la búsqueda de un papel como “actor global”, lo que de hecho implica replantear ciertos términos de la inserción internacional de Brasil. Además, en el MERCOSUR hay fuertes intereses comerciales e inversores brasileños. En las actuales condiciones de crisis internacional y decadencia hegemónica de Estados Unidos, una mayor supeditación al imperialismo no garantizaría ni “ayuda” yanqui en gran escala ni apoyo a planteos brasileños como el de llegar al Consejo de seguridad de la ONU o reformar las instituciones financieras internacionales. Para Washington, Brasil no es un “socio en igualdad de condiciones” sino un país dependiente aunque por su tamaño merezca cierta consideración. Son varios los puntos débiles del programa internacional de Aécio.
Entre tanto, un nuevo mandato de Dilma podría inclinarse más a un “multilateralismo pragmático”, aunque tratando de no abandonar las pretensiones de liderazgo sudamericano. Pero dificilmente una orientación intermedia satisfaga a los sectores interesados en una reorientación geopolítica. Para atraer mayor caudal de capital extranjero, abrir mayores oportunidades de negocios en el petróleo y otras ramas, y “modernizar la economía” según los requerimientos de las filiales extranjeras, la banca, el agrobusiness y las translatinas brasileñas, harían falta definciiones más radicales. A la luz de las diferencias y el cuestionamiento entre la clase dominante a la orientación internacional del PT, podría estar gestándose una crisis mayor de la “ubicación geopolítica de Brasil”. De cualquier manera, Dilma deja pocas esperanzas de un Brasil adalid de la unidad y soberanía latinoamericanas, como sueñan los progresistas de estos pagos.
Por otra parte, es previsible que ante un 2015 difícil, el nuevo gobierno brasileño -sea de Dilma o de Aécio- deba aplicar medidas económicas de ajuste y devaluación de potencial efecto en los países vecinos.
Tanto Pagni como otros analistas reconocen que el programa de Aécio traería perjuicios inevitables para los países del área, sea por una devaluación, sea por mayor apertura al comercio con otras regiones, o ambas. En particular, la burguesía argentina no tendría mucho que festejar ante una política comercial brasileña más alineada con “los mercados”. La Brasil-dependencia podría jugarle una muy mala pasada a importantes sectores de la industria y el agro local.
La derecha latinoamericana espera que el rumbo de Brasil, si es posible con Aécio, pero si no con una Dilma “entrada en razón”, le ayude a volcar a su favor el rumbo en sus propios países. Sin embargo, no debería hacerse demasiadas ilusiones. En la década pasada, al calor del boom de las materias primas, del papel de su mercado en el comercio regional y el papel político y social de la contención lulista, Brasil pudo ser un gran factor de equilibrio regional, así como un impulso extra para la expansión de las economías vecinas. En el nuevo período que se abre, las dificultades del gigante latinoamericano y las medidas que deba tomar su nuevo gobierno, podrían convertir a sus movimientos políticos y económicos, pero también sociales -no en vano vivió las movilizaciones de junio de 2013 y una notable oleada de hulegas- en un factor de desestabilización inesperado.