Brasil
¿Para qué sirvió la Copa del Mundo en Brasil?
17/07/2014
A pesar del mediocre desempeño de la selección brasilera en los octavos y cuartos de final, la pasión por el fútbol de la hinchada brasilera contagió a la mayoría de la población. Durante algunas semanas, las inundaciones, las filas en los hospitales, las escuelas que se asemejan a cárceles, la precariedad laboral y las altas tarifas del transporte, la falta de vivienda, la permanente corrupción, las huelgas contra la pérdida de poder adquisitivo de los salarios provocada por la creciente inflación, cuestiones que venían ganando el primer plano de la realidad política nacional, pasaron a un segundo lugar en función de las hinchadas y el entretenimiento de los partidos de fútbol.
Los motivos para festejar no eran unánimes. Muchos, literalmente, vieron los partidos de la Copa debajo del agua, con sus casas inundadas por las crecidas y con familiares muertos. En el estado de Paraná, más de 423 mil personas fueron afectadas, el 27% de los municipios de Río Grande do Sul quedaron en situación de emergencia. En Natal, una de las ciudades-sedes de los juegos, centenas de familias perdieron sus hogares por las lluvias. Miles aún permanecían sin hogar después de ocurrida la crecida de uno de los mayores ríos de la Amazonía. Una realidad que se repite todos los años, con tragedias anunciadas, y que este año con los R$ 26 billones invertidos en estadios y obras para turistas (85% de los cuales provinieron de los fondos públicos), no podía ser diferente. Pero, claro, esto no fue trasmitido por las TVs de todo el mundo que se encontraban en el país cubriendo el Mundial. Como mucho, informaron el derrumbe del viaducto que mató a dos personas en vísperas de la semifinal, una de las alardeadas “obras para facilitar la movilidad” hechas para la Copa.
Las expectativas generadas a partir del optimismo de los comerciales de TV (para los que no estaban debajo del agua), fueron golpeadas por el vergonzoso triunfo de la selección Alemana por 7 a 1 y se transformaron en sabor amargo, y plantean la necesidad de abrir una reflexión. La presidenta Dilma intenta a toda costa ”gambetear” la derrota sufrida por la selección brasilera, para ganar votos en las elecciones de octubre vendiendo la imagen de “buena gestora”. Su gran triunfo habría sido evitar el caos aéreo, que no faltara agua o luz (para los turistas), que no colapsaran las gradas en los estadios terminados a toda velocidad, que no se desataran huelgas en los transportes públicos o grandes manifestaciones de masas que inviabilizaran o pusieran en crisis los eventos. Ese es el gran “legado” que Dilma tanto vendió, que quedaría para el pueblo brasilero con la Copa del Mundo.
Sin embargo, el verdadero legado de la Copa es otro. Según los informes de la Articulación Nacional de los Comités Populares de la Copa (Ancop), 250 mil personas ya fueron o están siendo desalojadas de sus casas en todo Brasil, ya sea para dar lugar a las obras ligadas a la Copa y a las Olimpíadas del 2016, ya sea en función de la especulación inmobiliaria alentada por esas obras. Los estadios quedaron como grandes “elefantes blancos”, que en gran parte no serán utilizados ni siquiera para el futbol local. Uno de los principales legados de la Copa es un aparato militar represivo mucho más equipado y entrenado para enfrentar las explosiones sociales inherentes a un país basado en la reproducción crónica de gigantescos contingentes de pobreza aglutinados en las favelas; y que desde junio de 2013 viene demostrando de las mas diversas formas que no acepta más, pasivamente, servicios públicos caros, condiciones de trabajo precarias y degradantes, la brutalidad de la violencia policial, el parasitismo de esa casta de políticos que sólo sabe enriquecerse a costa del pueblo. Fueron gastados R$ 1,9 billones: 150 mil agentes de las Fuerzas Armadas fueron entrenados para actuar en las calles de las principales capitales, utilizando tanques, blindados y armamento pesado; armas modernas, sistemas de inteligencia, vehículos especiales, etc. Algunas de las principales favelas en lugares estratégicos fueron ocupadas por la acción conjunta de las tropas del ejército y de las policías especiales. Fueron probados equipamientos comprados en el Estado de Israel, semejantes a los que hoy son usados contra el pueblo palestino en la Franja de Gaza. Fueron detenidos activistas y las manifestaciones fueron brutalmente reprimidas antes de que comenzaran.
Después de la amarga derrota, con cierta vergüenza flotando en el aire por los millonarios salarios que reciben los jugadores y el equipo técnico, además de las interminables campañas publicitarias que parecían ser más importantes que la pelota, la pasión brasilera por el fútbol quedó opacada. Aquello que debería ser un “arte” se mostró degradado por la sed de lucro de la dirigencia y los capitalistas de la FIFA, de la Confederación Brasilera de Fútbol (CBF), de los patrocinadores del mega-evento. La resaca comienza a pasar, y vuelven a ganar importancia todos los problemas estructurales que no dejaron de existir, aunque ahora los partidos de los capitalistas intentarán esconderlos con su demagogia electoral.