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La economía argentina en su laberinto, de Esteban Mercatante

Un estudio integral del período kirchnerista

11/01/2016

Un estudio integral del período kirchnerista

* Guillermo Gigliani es economista, docente de la Universidad de Buenos Aires y miembro de Economistas de Izquierda. La presente reseña fue publicada originalmente en el número 24 de la revista Ideas de Izquierda de octubre 2015.

En su libro La economía argentina en su laberinto, que acaba de ser publicado, Esteban Mercatante analiza la política económica del kirchnerismo, combinando su abordaje teórico con el aporte de fuentes estadísticas. Por el espectro de cuestiones encaradas, el texto constituye un estudio integral de un período que llega a nuestros días y que, por su contenido y su enfoque, despertará el interés y, seguramente la polémica, dentro y fuera de la izquierda argentina y latinoamericana. El oficio de editor de La Izquierda Diario se refleja en su escritura sólida y clara.

El autor encara su estudio sujetándose a un requisito básico que todo investigador debe respetar, cual es observar la realidad con una mirada atenta y abarcadora, tomar una perspectiva general y, sobre todo, presentar los hechos tal como estos ocurren. Así da cuenta de la reversión del ciclo recesivo en 2002 tras el desplome de la convertibilidad, que fue impulsada por Duhalde y Lavagna y continuada por Kirchner, con la consecuente recuperación del producto, el empleo y la inversión. Tomado en esta perspectiva, el derrumbe de 2001-2002 representa un punto de referencia válido porque permite observar esos contrastes de la histórica argentina contemporánea. Pero ese punto de partida también constituye un dato fundamental para explicar la dinámica de la economía de la posconvertibilidad, que arranca a partir de la crisis más severa de la Argentina contemporánea.

El derrumbe del sistema bancario, la moratoria de la deuda externa pública con los acreedores privados y la violenta devaluación conformaron las condiciones a partir de las cuales el bloque de clases dominantes pudo reconstituir el proceso de acumulación. Aquellas medidas provocaron la licuación de salario real a un mínimo histórico, muy por debajo del registrado durante la hiperinflación (1989-1991). A su vez, la desocupación trepó a niveles nunca imaginados previamente. Pero por otro lado, la devaluación tuvo un marcado efecto sobre los ingresos del capital industrial y agropecuario, entre otros. Asimismo, ejerció una marcada influencia sobre el mercado interno ya que generó una drástica caída de las importaciones y esto permitió que, a pesar de la disminución del poder adquisitivo de la población, el mercado interno pasara a ser provisto por amplias franjas del empresariado local que durante los años de la convertibilidad habían visto mermadas sus ventas. La pesificación de las deudas bancarias y el congelamiento de las tarifas públicas fueron otros salvatajes importantes que permitieron recomponer la producción y las ganancias en los diversos sectores.

Según Mercatante, el reinicio del proceso de acumulación computa, además, otro elemento central, que empezó a manifestarse hacia 2003. Se trata del extraordinario ciclo de suba de los precios de exportaciones de América Latina. A pesar de que en los últimos tiempos este ciclo exhibe una tendencia a la baja, la cotización de la soja y de los cereales continúa ubicada en 2015 en niveles sustancialmente superiores al promedio histórico. Entre otros factores, las masas de divisas obtenidas por el gobierno gracias a la bonanza exportadora, sobre todo durante la presidencia de Néstor Kirchner, brindaron un doble sostén. Primero, le dio oxígeno a la producción industrial, que se mostró siempre fuertemente dependiente de las divisas del campo. Segundo, las reservas internacionales sirvieron como garantía para las negociaciones de la deuda externa con el sistema financiero que se acordaron en 2005.

El autor plantea estos datos básicos que dan cuenta de la recomposición obtenida en el proceso de acumulación. Se trata de una referencia central, porque de no ser tomados en cuenta no es posible entender la extensión y la fuerza del proceso de estos tiempos como así también sus dificultades que sobrevinieron posteriormente. A lo largo del libro se exponen los principales nudos del proceso económico argentino de los últimos doce años. También el autor aborda las contradicciones que perduraron en el capitalismo argentino dependiente y subdesarrollado. Con cifras y con argumentos, demuestra las dificultades con las que constantemente ha ido chocando el modelo en los últimos años, a pesar de las condiciones muy favorables para el crecimiento. En parte, esas debilidades responden, como señala Mercatante, a la ilusión de sus protagonistas –Néstor y Cristina– de impulsar o consolidar una burguesía nacional que en la Argentina de hoy es una clase imaginaria, más allá de la existencia de capitalistas individuales que poseen medios de producción pero que no pueden actuar como una fracción dentro del bloque dominante. Esos falsos supuestos constituyen un trasfondo que ayuda a comprender la incapacidad que tuvo el kirchnerismo para poner en marcha un proyecto de modernización capitalista porque ese proyecto nunca existió o porque los supuestos agentes que lo llevarían a cabo no tenían una existencia real.

La “caja negra” del crecimiento

En la teoría marxista, la tasa de ganancia constituye el barómetro que mide la marcha del ciclo y la fuerza del crecimiento. Son muy pocos los estudios generales de la economía argentina que abordan el problema la rentabilidad del capital, ya sea porque muchos autores consideren que se trata de una variable de segundo orden o por las dificultades que existen para medirla dado el pobre estado en que se encuentran las cuentas nacionales del país, que ha retrocedido en varios aspectos con relación a los años setenta.

Mercatante observa que los inicios del gobierno de Néstor Kirchner están signados por un enorme aumento de la tasa de ganancia promedio de la economía, impulsada por la devaluación. De acuerdo a la visión de Marx, se puso en marcha la recuperación, impulsada por las condiciones de la oferta y de la demanda agregada. Tal curso al alza se llevó a cabo sin mayores dificultades por el flujo de los dólares comerciales generados por la soja. En este contexto, las importaciones requeridas para la producción empezaron a crecer en forma sostenida. Pero no había necesidad de frenarlas porque se partía de niveles muy bajos y, además, en la Argentina había un abultado excedente de balanza comercial. Este período de crecimiento a “tasas chinas” arranca, además, con una gran capacidad instalada sin utilizar como resultado de la crisis. Esto es, los capitalistas no se vieron obligados a gastar de entrada en capital fijo y éste es otro factor que influyó positivamente sobre sus beneficios. En su estimación de la tasa de ganancia de la Argentina que abarca los últimos tiempos, Gabriel Michelena corrobora estas afirmaciones ya que encuentra un aumento muy sostenido y perdurable de la rentabilidad del capital. Esto significa condiciones favorables porque los capitalistas aumentan sus ventas y sus inversiones reproductivas se ven validadas. Tal evolución se dio con un crecimiento de la productividad (producto por hombre ocupado) y de una recuperación gradual del salario real en las etapas iniciales del ciclo.

La política del kirchnerismo y la conciliación de clases

Acertadamente, Mercatante expresa que el kirchnerismo representó marcadas diferencias con las gestiones precedentes de los años noventa, cuyas máximas figuras fueron Menem, Cavallo y De la Rúa, que propiciaron las privatizaciones, la flexibilización laboral y la extranjerización de la economía. En particular, las jornadas de fines de 2001 manifestaron el repudio popular contra las políticas y las formas con que estos presentantes directos de las clases dominantes ejercieron su poder, expresadas a través de la consigna “que se vayan todos”.

En cambio, Néstor y Cristina Kirchner propiciaron la idea de que el gobierno puede arbitrar las aspiraciones contradictorias de las clases sociales, aun en medio de un país atrasado y periférico. En rigor, ambos presidentes afianzaron su poder mediante concesiones a las clases populares en términos sociales, económicos y políticos. También levantaron las banderas de los derechos humanos con la pretensión de cooptar a los organismos de larga trayectoria y de intentar adueñarse de esas banderas.

Más allá de la consolidación de los aumentos salariales forjados al ritmo de las mejoras en la productividad en la economía, las medidas de sostén a los pobres a través de diversos programas y el fuerte congelamiento de las tarifas públicas muestran que el gobierno efectivamente efectuó concesiones a las masas que, firmemente, siempre han rechazado las políticas vigentes en los noventa.

Como señala el autor, estas políticas oficiales fueron y continúan siendo resistidas por el conjunto de la burguesía argentina, más allá de que algunas de ellas posibilitaron la reconstitución del mercado y de la demanda interna. Existe una tensión inherente entre la intervención del Estado y la masa de plusvalor de la que puede apropiarse el gobierno con esos fines. Se trata de una constante histórica de resistencia del capital a todo régimen económico que busque poner en marcha los mecanismos del arbitraje social. Su expresión en la Argentina ha sido muy marcada, a pesar de los niveles de ganancia acumulados.

Los vientos adversos en el sector externo

A pesar de los riesgos que entrañaban aquellas renegociaciones tan extensas, en la Argentina el mercado de cambios se desenvolvió con plena libertad de salida de dólares, una situación difícil de ser imaginada hoy en día por las jóvenes generaciones que no la hayan vivido. Los dólares estaban disponibles para todos los que quisieran comprarlos. Cuando el sistema financiero mundial empezó a mostrar dificultades en 2007, se aceleró una fuga de divisas al exterior, en momentos en que todavía el tipo de cambio era muy elevado. De esta manera el gobierno asistió de brazos cruzados a una salida del ahorro nacional que sumó 80.000 millones de dólares hasta la implantación de los controles (2011). Si bien se trataba del principal canal de filtración financiera del excedente, a esto se deben agregar los déficits generados por los viajes al exterior, la remisión de utilidades de las filiales de firmas extranjeras y la grave pérdida del autoabastecimiento energético. Más adelante analizaremos otro canal de pérdida de reservas analizada por el autor, el déficit externo industrial, que supera todos los mencionados precedentemente. Estos hechos determinaron que el camino por delante se cubriera de dificultades porque la persistencia de la inflación abarataba el valor del dólar y exacerbaba esos drenajes. A pesar de ello, a partir de esos años, el Banco Central puso en marcha un proceso de estabilización mediante el pernicioso mecanismo de revaluación del peso.

Hacia mediados de 2011, la fuga de capitales estaba dejando al país en riesgo de perder sus reservas. En octubre de ese año, Cristina Kirchner fue reelecta para un nuevo mandato con el 54 % de los votos y cinco días después de los comicios, se vio obligada a establecer el control de cambios (llamado “cepo cambiario”) para impedir tamaña sangría. La aplicación de los controles no fue acompañada de una reestructuración de la política monetaria, que continuó apelando al mismo mecanismo antiinflacionario, esto es, aplicar microdevaluaciones del tipo de cambio sistemáticamente por debajo de la tasa de inflación.

La vuelta de la “restricción externa”

El último paso fue dado cuando el gobierno anunció un programa de restricción de importaciones de insumos y de bienes de capital. De esta forma, el país se reencontró frente a un panorama que muy pocos pensaron podía reaparecer, el de la “restricción externa” o del ciclo del “stop-and-go”. Con sus oscilaciones, la soja seguía cotizando a precios muy elevados pero el capitalismo argentino volvía a chocar con su carácter dependiente y desestructurado. La aparición de este tipo de crisis industrial no podía constituir una sorpresa porque el gobierno nunca encaró un plan de modernización productiva y ni siquiera atinó a tomar un solo curso de acción capaz de atenuar esa deformación estructural. Tampoco había adoptado recaudos en el sistema financiero para evitar aquellos serios trastornos.

Además, la escasez de divisas decidió al gobierno a dar un golpe de timón. Hacia 2013, se aceleraron las microdevaluaciones con la ilusión de que una depreciación gradualista pudiera corregir la crisis. Por otro lado, se abrió un acercamiento al capital extranjero encarándose la cancelación de los juicios con el CIADI, el pago de una jugosa indemnización a Repsol (empresa que era considerada deudora y pasó a ser tratada como acreedora), el arreglo con el Club de París reconociendo una multa sorprendente de más de 3.000 millones de dólares, que el gobierno pagó sin justificarla nunca frente al país y, por último, el acuerdo secreto con Chevron para la explotación del yacimiento Vaca Muerta.

En el camino, el gobierno sufrió duros contratiempos, como la devaluación aplicada en enero de 2014, que en pocos meses quedó neutralizada por el alza inflacionaria. Todos los pasos dados en esos meses apuntaban a una meta clara. Se trataba de volver al mercado de capitales aunque los banqueros impusieran una tasa de interés elevadísima a un país que ostentaba un muy reducido ratio deuda externa pública/PBI. En la visión del equipo económico, se consideraba que una vez conquistado ese objetivo, se obtendrían los dólares para llegar con tranquilidad a las elecciones presidenciales de 2015. Pero en el camino se interpuso la decisión del juez Griesa, que dictó sucesivas medidas que favorecieron a los fondos buitre, que eran tenedores de una parte ínfima de la deuda argentina. Los tribunales de Manhattan impusieron un duro obstáculo al prohibir que la Argentina pagara a sus acreedores. De esta forma, un gobierno que pagó la deuda puntualmente desde 2005, no podía seguir haciéndolo. En consecuencia, la posibilidad del acceso al mercado de capitales volvía a cerrarse drásticamente.

La transformación estructural faltó a la cita

En su libro, frente a cada tema que presenta, Esteban Mercatante ofrece una explicación introductoria. Esto hace que La economía argentina en su laberinto sea un texto que proporciona al lector un panorama conceptual que le permite una mejor comprensión de cada problema.

En Marx, y en muchos otros estudiosos, la inversión en capital fijo es el factor que impulsa el crecimiento económico. La relación entre la inversión reproductiva y el PBI es un indicador apropiado del desarrollo de las fuerzas productivas. En los procesos de crecimiento acelerado, es normal que durante un período extendido, un porcentaje elevado de la producción nacional esté destinando a reponer y ampliar la capacidad instalada. De acuerdo a estudios sobre el tema, el sostenimiento de tasas elevadas de aumento del PBI requiere inversiones altas. Esto se refleja en la experiencia de los tigres asiáticos y también en el caso de los países de la OCDE durante los años que desplegaron un crecimiento sostenido. Naturalmente, como advierte Mercatante, en las estructuras dependientes y subdesarrolladas, que no cuentan con una rama propia que fabrique medios de producción, el proceso inversor depende de las importaciones y, por ello, se suscitan problemas de balanza comercial que frenan la acumulación. En la Argentina, Oscar Braun y Marcelo Diamand, entre otros, vieron con claridad esta restricción. La Argentina kirchnerista creció durante un período a “tasas chinas”. Esta performance fue lograda, en parte sustancial, gracias a la enorme capacidad ociosa generada por la crisis de 2002. Esto significa que ese elevado ritmo de aumento del producto no puede ser atribuido a las inversiones, que habían tomado un curso alcista pero que todavía se encontraban en niveles deprimidos.

El autor investiga estas tendencias en la Argentina kirchnerista tomando los datos de cuentas nacionales recientes. La recuperación de la inversión tuvo un ritmo paulatino alcanzando el 19,7 % en 2006 y alcanzando su máximo en 2011 (22,7 %) y 2012 y 2013 (21,0 %). En 2014 retrocedió al 19,8 %. Para Mercatante estas cifras no pueden considerarse bajas per se. De hecho, son más elevadas que las correspondientes a la década del noventa. Sin embargo, señala que no existe una correspondencia entre las tasas de ganancias obtenidas en la posconvertibilidad y la inversión reproductiva. Por otra parte, se advierte un aumento de la inversión pública y, al mismo tiempo, un retraimiento de la inversión privada, en momento de elevadas ganancias.

Industrialización sin reindustrialización

La industria tuvo una performance muy dinámica hasta 2012, momento en que se ingresa a una etapa de estancamiento por las dificultades del sector externo. Sin tomar en cuenta el sector productor de alimentos (en particular, los aceites y pellets de soja), en todo este período, el sector automotriz y la mecánica (en buena parte asociada a la producción de material de transporte) fueron las ramas que más crecieron. Ello significa que el impulso industrial estuvo a cargo de las mismas ramas que lideraron el crecimiento en los años noventa, con las mismas características estructurales de falta de integración de componentes nacionales y de alta dependencia de insumos y de piezas y accesorios del exterior.

Para analizar este problema, se tomará la diferencia entre las importaciones y exportaciones de las Manufacturas de Origen Industrial (MOI) del período 2002-2015 (este último año está estimado). Se parte de una situación de equilibrio en 2002 y el déficit crece continuamente. Esta evolución obedece a que la Argentina es un país subdesarrollado y, por ello, no puede llevar adelante su producción manufacturera sin abastecerse de insumos y de bienes de equipo en el exterior. Pero lo sorprendente es el ritmo de aumento del déficit industrial y ello obedece a que el gobierno dejó librado el despliegue de la actividad sectorial a las fuerzas del mercado, sin ningún tipo de control o de regulación y, mucho menos, de planificación. Así puede observarse un notable aumento del desbalance.

En los años posteriores de controles férreos sobre las importaciones, esa cifra no decae significativamente. Otro aspecto importante es que si se tomaran las diversas ramas industriales (por grandes rubros), individualmente consideradas, se observaría que cada una de ellas presenta un rojo comercial. Esto es, el desequilibrio no es exclusivo del sector automotriz o de la armaduría de la electrónica. El saldo negativo total acumulado durante los años kirchneristas asciende a 282.000 millones de dólares, un récord histórico en términos absolutos y, también en términos relativos, es decir medido con relación a la producción industrial generada.

Esta tendencia al desequilibrio es justificada por muchos economistas kirchneristas al afirmar que hasta 2015 la preocupación se centró en el crecimiento industrial y que en lo sucesivo habrá que poner en marcha un proceso de desarrollo. Al margen de lo que se pueda opinar sobre una política que se base en esta secuencia crecimiento/desarrollo, lo primero que habría que señalar es que la etapa transcurrida fue de crecimiento con una tendencia a la crisis que solo pareciera poder ser contenida con el estancamiento o la recesión. Otros economistas que apoyan la política oficial, como Aldo Ferrer, reconocen que el principal agujero que tiene el frente externo es el desarrollo industrial desequilibrado. La solución del problema industrial es un asunto complejo en las actuales condiciones. En primer lugar porque aunque el país cuenta con divisas, el gobierno no las asigna racionalmente. En segundo lugar, la reanudación de un proceso de inversiones no podría ser dejado librado a las fuerzas del mercado sino que exige que el gobierno establezca metas y prioridades. Las esperanzas parecieran estar puestas en las inversiones extranjeras que, efectivamente, podrían retornar en el futuro. Pero esas inversiones, más allá de que las multinacionales incorporen maquinaria de última generación como muchos se ilusionan, tendrá la característica de reproducir las condiciones de la dependencia y de la desestructuración. En otros términos, ese proceso inversor no habrá de corregir el problema del atraso y de la dependencia del país.

La economía argentina en su laberinto es un libro que abarca una diversidad de temas que el autor va recorriendo con solvencia. Pero el capítulo sobre el capitalismo y el agrobusiness presenta a Mercatante como un profundo conocedor de la cuestión agraria. Marx dedicó gran parte del libro III de El Capital a estudiar la renta de la tierra. El autor se apoya en este esquema teórico y lo aplica a un sector que pocos conocen como él, describiendo cómo funciona la producción, cuál es el grado de tecnificación, cuáles clases se mueven en el agro, sus interconexiones con las distintas fracciones del capital, la expansión de la soja. Entre otros aspectos sumamente ilustrativos, da a conocer las estimaciones del estudioso marxista Juan Iñigo Carrera sobre la participación de terratenientes y capitalistas en la apropiación de la renta agraria en los últimos tiempos. Más que frente a un capítulo, nos encontramos frente a un estudio aparte dentro del libro. El libro que hoy llega a manos del lector interesado constituye un estudio integral y abarcador de la política económica de los últimos doce años. En un aspecto fundamental, continúa la tradición de ofrecer una visión general sobre el proceso económico argentino, al cual han contribuido otros autores marxistas en tiempos recientes. En su trabajo, el autor desmenuza temas, discute posiciones, aborda cuestiones de difícil interpretación, usando siempre su espíritu crítico y su conocimiento de la realidad social. Son dos razones fundamentales para ponerse a leer su obra.

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